El sol mezquino -pero sol al fin- había comenzado a calentar las calles. Pero cuando la siesta anunciaba algunos grados de calidez, se produjo un éxodo hacia el frío. Miles y miles de autos encararon los angostos y resbaladizos caminos que llevan a San Javier y a Villa Nougués. Quizás por primera vez, el cerro fue testigo de embotellamientos brutales ¿Y todo por qué? Porque ese sol que en otro momento hubiera causado alegría, amenazaba con hacer desaparecer la razón de dos días grises plenos de felicidad: la nieve.

Ayer, pasado el mediodía, los vehículos comenzaron a amontonarse obstinadamente al pie del cerro; los caminos se habían vuelto insuficientes para tanto tráfico. Recorrer el tramo entre San Pablo y Villa Nougués tomó un promedio de dos horas (con suerte). Pero la paciencia tuvo su aliciente: el manto blanco que se extendía desde el camino hacia los precipicios.

En cada curva, en cada pedazo de terreno con espacio suficiente como para detener un vehículo, había familias armando muñecos de nieve o lanzando bolas hacia todos lados. Y los blancos de estos proyectiles helados no tuvieron razones para enojarse; el clima fue democrático: los pies de todos se empaparon por igual y el viento filoso caló los abrigos sin excepción. Con este panorama terriblemente invernal, las sonrisas brotaron con el candor de la primavera.

Poco o nada

Eso sí: ayer quedó realmente en evidencia que en Tucumán se conoce poco o nada sobre lo que implica la nieve. Héctor Gramajo había estacionado se VW Gol blanco a pocos metros de Villa Nougués. El y sus hijos metían nieve dentro de varios bidones. "Nos preparamos mal. Además de que estamos empapados, el auto recalentó. Le pusimos nieve y bajó la temperatura. Ahora, estamos juntando más por las dudas", explicó.

Un poco más arriba, cerca de la capilla, el camino estaba congelado. Y los motociclistas que subían esquivando los autos detenidos, patinaban como si estuvieran circulando sobre jabón. "Se me rompió el espejo. Mejor bajo", se lamentó uno tras una rodada.

"Mañana terminamos todos con bronquitis", lanzó el conductor de un Gol que miraba divertido como, en medio de los embotellamientos, los conductores abandonaban sus vehículos para iniciar guerras de bolas de nieve. No faltaron camperas y guantes, pero tampoco fueron suficientes. José y Florencia tuvieron el arrojo de enfrentar el aire helado a bordo de una motito. "Nos pusimos lo que teníamos a mano. Hace frío, pero vale la pena", contó el adolescente que abrigaba su cabeza con un chulo.

San Javier era un hormiguero. A fuerza de pisarla, la nieve de las inmediaciones del Cristo Bendicente se había convertido en barro. "Hay que aprovechar esto, porque no sabemos cuándo se va a volver a dar, por eso, no importan los amontonamientos", se despachó Armando Quinteros.

La despedida

En Alpachiri, el sol asomó a media mañana e hizo brillar los mantos blancos que cubrían los campos. En la ruta 65 también hubo un éxodo y Adrián Gómez reveló su obstinación: "Vinimos con mis hijos los tres días de nevada. Ahora quisimos darle la despedida a la nieve", relató este vecino de Concepción. Aunque la mayor parte de los viajeros se animaron sólo hasta Alpachiri, hubo otros que le metieron pata hasta Cochuna, donde la nieve aún tenía 25 centímetros de espesor. Luis Pinto fue algo redundante con su definición, pero, al fin y al cabo, tuvo razón. "La nieve fue un regalo caído del cielo", afirmó mientras miraba a sus hijos sin importarle que tuvieran los pies mojados (vale la pena ver a los chicos empaparse de alegría).

A medida que el sol se comenzó a diluir, el frío empezó a molestar. Fue entonces cuando los vendedores ambulantes de San Javier entraron en calor: ninguno ofrecía comida caliente, pero a fuerza de paquetes de galletas y de alfajores ($ 12 la caja) repartieron calorías entre muchos de aquellos que habían ido a decirle chau a la nieve.